Diego Simeone regresó al pasado, recuperó su espíritu más defensivo y transformó a su Atlético de Madrid en un rival menor, sin ataque ni contraataque, sin más que un plan conformista, conservador e insuficiente, castigado por la chilena de Olivier Giroud que premió al Chelsea y demostró que jugar al 0-0 no garantiza el empate, menos en el rigor de la Liga de Campeones, ahora pendiente para él de una victoria en la vuelta en Londres.

Es una competición que no espera a nadie. No admite matices. Necesita ambición. Si alguien la quiere, tiene que ir a ganarla. El Atlético aún tiene vida, pero menos que antes del inicio del duelo trasladado a Bucarest por las restricciones de la pandemia de la Covid-19, pero sobre todo ya no tiene excusa: debe ganar en Londres.

El Atlético fue sólo defensa. Cierto que su oponente, por más balón e insistencia, por más presión o sensación, no le dañó nada en el estresante recorrido -en apariencia- hacia el descanso del equipo rojiblanco, ocupado en reducir a Hudson Odoi por su flanco zurdo y armado en torno a una línea de seis hombres en su repliegue, tan intensivo como hace tiempo no se recuerda, con Lemar y Correa como laterales extra a Marcos Llorente y Mario Hermoso.

Si el plan era además contraatacar, al Atlético no le fue tan bien, reducidos a casi nada Joao Félix, Luis Suárez o Correa en el ataque.

Pero jugar tanto a defender, a conservar, tiene un precio muy alto. No se juega con un marcador favorable, sino con un empate, siempre al filo de la derrota, del más mínimo detalle. Era el minuto 67, cuando un rechace lo remató de chilena Olivier Giroud. Pareció fuera de juego, lo revisó el VAR… No lo fue.

 

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